Tuesday, April 2, 2013

Al Este del Edén




Al este del Edén. John Steinbeck. 1952

Novelón. Por bueno, por largo, por intenso, por desconectar del mundo mientras lo leía.

Era un libro que no había considerado leer porque había visto la película y, aunque de esto hace muchos años, la recuerdo bastante bien. Tenía esa imagen de gran drama familiar, me había gustado, me había impresionado, me habían quedado muchas escenas grabadas, la había recordado mucho después. Para mi Al este del Edén era la película de Elia Kazan. Pero desde Cannery Road, quería leer algo más del Nobel Steinbeck.

Es la historia de dos generaciones de la familia Trask. La primera en una granja en Conneticut, y la de Adam e hijos en California.

Tengo que decir que, estuve tentada de dejarlo en la primera parte del libro, pero cuando llegué a la mitad, lo acabé de una sentada, laaarga sentada, y es que se juntaron, después de unos días caóticos, vacaciones y lluvia. No pude soltarlo cuando en la novela aparece la familia Hamilton, emigrantes irlandeses vecinos de los Trask en la granja en el Valle de Salinas; y el cocinero chino Lee. También es en esta parte de libro la historia de los hermanos Caleb (Cal) (James Dean) y Aaron, que recordaba de la película y es bastante fiel al libro.

El tema principal gira entorno al bien y al mal. Y es en una de esas conversaciones entre Adam, Samuel Hamilton y Lee, después de la cena, bajo el roble, frente a una botella de ng-ka-py (un licor que sabe a manzanas podridas, pero de las buenas). Que recuperan un tema que hablaron dieciseis años atrás sobre Caín y Abel, que dejó a Lee profundamente impresionado. No sólo fue a San Francisco a consultarlo a los ancianos chinos, sinó que estudió hebreo para comprender lo que Dios le dijo a Caín después de asesinar a su hermano. La clave está en la palabra "Timshel": "Thou mayest" "Tu podrás".
Copio las palabras de Lee:

Pero el «tú podrás» hace al hombre grande, lo pone al lado de los dioses, porque a pesar de su debilidad, de su cieno y de haber dado muerte a su hermano, todavía le queda la gran libertad de escoger. Puede escoger su camino, luchar para seguirlo y vencer.
La voz de Lee era un himno triunfal.
–¿Y usted lo cree? –preguntó Adam.
–Sí, lo creo. Lo creo. Es muy fácil salir de la pereza y de la ociosidad y arrojarse en el regazo de la divinidad, diciendo: «No puedo evitarlo; el destino estaba escrito». ¡Pero imaginen la gloria que representa la facultad de escoger! Gracias a ella el hombre es hombre. Un gato no puede escoger, una abeja está obligada a hacer miel. Aquí no hay ninguna clase de piedad. ¿Y saben ustedes que aquellos ancianos caballeros que se deslizaban suavemente hacia la muerte tienen ahora mucho interés en vivir?
–¿Quiere decir que esos chinos creen en el Viejo Testamento? –preguntó Adam.
–Esos ancianos creen en una historia verídica –respondió Lee, y saben si una historia es verídica cuando la oyen. Son críticos de la verdad. Saben que esos dieciséis versículos son una historia de la humanidad en “en cualquier época, cultura o raza. No pueden creer que un hombre escriba casi dieciséis versículos de verdad, para después mentir en un solo verbo. Confucio dice a los hombres cómo tendrían que vivir de una manera buena y razonable. Pero esto, esto es una escala para ascender a las estrellas. –los ojos de Lee brillaban–. No se debe olvidar nunca. Aparta de nosotros la debilidad, la cobardía y la pereza.


Habrá que seguir con Steinbeck.